viernes, 28 de septiembre de 2012

Yéndose a la mi...


Continúa la toma del Ministerio de Educación bonaerense por estatales

"No hubo ninguna propuesta nueva", aseguraron los gremios tras fracasar las negociaciones. Los empleados reclaman desde el martes a las autoridades que no apliquen el recorte del 10% en viáticos horas extras.


Entiendo que este es un gobierno de raíz peronista, que se deben proteger los derechos de los trabajadores, creo en la ampliación de los derechos para la ciudadanía, pero esto no lo entiendo. No leí en ningún lado la explicación de las razones de la toma. Los muchachos de Pcia cobran unas 240 hs extras por mes (sí, más hs extras que hs laborales) y la nueva "ministra" pretende reducirlas a 140 hs extras mensuales. Algo similar sucede con los viáticos. Creo que la "lucha" por estas "reinvincaciones no corresponde, no? Así solo le damos letra a la oposición, no?






miércoles, 26 de septiembre de 2012



Había pasado largamente la medianoche. Estalla un trueno. Se reinicia la lluvia torrencial, la fuerte borrasca que lleva cayendo dos días. Hacía más de diez años que no diluviaba así. Será por eso que ese día la lluvia sonaba distinto. No era ese ruido chispeante, corto y repetitivo sobre el techo de chapa de la galería. Era un ruido más bien gordo, sonoro, espeso, aleteo brumoso de una nostalgia gris, aciaga, como el silencio que envuelve la habitación. Los pesados y raídos tapices que cubren los muros, silenciosos testigos de presencias que ya no son, depositarios de incontables anécdotas y de inconfesables secretos que, iluminados en el límite de la existencia, se revelan y a la vez se aniquilan, cubren apenas los finos hilos de agua que surgen en el agrietado, soberbio, lujoso estuco que en épocas pretéritas refulgiera en noches de gala. La mortecina, tenue, espectral claridad del alba que entra por la recargada puerta de madera tallada de la entrada, entreabierta por el fuerte viento racheado que sopla, apenas deja ver el lento paso de la marea marrón que, ocupando la calzada de cordón a cordón, arrastra lentamente el botín arrancado, tras largas horas de afanoso combate, de las calles del barrio, y que choca, ruidoso, con las piedras, con el asfalto, agolpando la multitud innúmera de hojas caídas con dos sillas, la heladera y lo que queda de una mesa de madera. Silencioso y lento, el río callejero invade sin despertar sospechas la casa donde por más de cincuenta años viviera, junto a su mujer, su hija y su nieta por nacer, aquél hombre flaco, de sobria presencia, severo y exigente, trabajador infatigable, que con desesperación hubiera visto malbaratarse en pocas horas aquello que por décadas, por casi tres generaciones, su familia había sabido construir. Lejos de amainar, la lluvia es cada vez más intensa. Golpea el techo de chapa con rabia. En el silencio inmenso de la sala, dos pares de pasos se acercan más y más. En el marco de la puerta lateral, de hojas de celosía, se vislumbran dos figuras humanas. Son los hombres de negro que, remisos, cuidadosamente comienzan a cerrar la tapa. Es hora del descanso. El viaje a la eternidad acaba de comenzar.

lunes, 17 de septiembre de 2012



De la nota de hoy en Página12 de Eduardo Aliverti, aquello que comparto:

.....Esta columna termina en primera persona, como es de estilo y pertinente aclarar cuando un periodista –más aún en rol opinativo– se dispone a violar una regla básica de la profesión. Me importa una infinita cantidad de carajos tener el más mínimo grado de consenso con esta gente. Casi desde que el mundo es mundo, el mundo se divide en clases. Y en las más postergadas, por obra de las dominantes de la pirámide y sobre todo en las medias, que son el jamón del sandwich, hay franjas asemejadas que hasta salen a la calle para defender intereses que no les son propios sino de quienes las sojuzgan. Se puede creer que vale convencer a los privilegiados y a sus loritos por vía del “diálogo”, siempre desparejo gracias a los medios de comunicación que pertenecen a la clase de punta. O practicar el “centralismo democrático” de dar la batalla a través de los hechos, tal y como toda la vida hicieron ellos. No quiero saber absolutamente nada de pacificar relaciones con esta gente. No quiero ni diálogo ni consenso con quienes vociferan “yegua, puta y montonera”. No quiero sentarme a soportar, ni por un solo segundo, a los que quieren para Cristina el final de De la Rúa. Me repugna que salgan a manifestar muchos de los que hace poco más de diez años canturreaban que entre piquetes y cacerola la lucha era una sola, porque les habían pasado la cuenta de la fiesta de la rata. No quiero saber nada con esa gente que a la primera de cambio apoyaría el golpe militar del que ya no disponen. Quiero tener con ellos una profunda división. Y concentrarme en de cuál manera se garantizaría mejor que se hundan en el fondo de su historia antropológico-nacional, consistente en que el negro de al lado no porte ni siquiera el derecho de mejorar un poquito.

Quiero a esa gente cada vez más lejos. Y cuanto más los veo, más seguro estoy.
Nota completa acá.