Abrió
primero un ojo, después el otro, y el brillo insoportable que entraba por la
ventana le dio de lleno en la cara. Sintió una pequeña descarga eléctrica. “Otra
vez”, se dijo. Siempre ahí. Se desperezó lentamente con la sensación de haber
dormido acurrucada, incómoda; se acomodó los cabellos y trató de despertar de
ese sueño habitual que la aturde, esa sensación de estar recluida en una
habitación desconocida. Desde el techo del dormitorio, la lámpara parecía vigilar
sus movimientos; a un costado, las sábanas marcaban el inicio del precipicio
que no se animaba en ese momento a mirar. Tenía ganas de orinar, pero las
piernas no le respondían, parecían amarradas a la cama. Como todas las mañanas,
no supo cómo había llegado a esa situación. Comprendió que soñaba una y otra
vez con lo mismo. “Por suerte desde aquél día Diego duerme bien”, buscó
consolarse Marta mientras se levantaba.
Recordaba
perfectamente aquél día, era un martes, el martes 16 de julio. Ese día, Diego, su
hijo, salió corriendo de la cocina como alma que lleva el diablo. ¡Diego!, le gritó,
¡es la hora de la leche! “Ya voy, ya voy” recibió por respuesta. Desde la
ventana de la cocina podía verlo junto a una pequeña pandilla de chicos sumida
en una febril actividad. Apenas se dió cuenta cuando entró en la cocina otra
vez y a la carrera escapaba con el colador y un abrelatas en la mano. ¡Diego!, repitió
un poco más imperativamente cuando él ya atravesaba la puerta. Para su tercer
intento, ya estaba preparada cortando su paso al aparador. ¿Qué están
haciendo?, le preguntó. “..Crispin…..de la cama…...necesita…..” es todo lo que
alcanzó a entender antes de que escapara nuevamente, esta vez con un cucharón. “Bueeeno,
son chicos”, “alguno de ellos habrá traído un nuevo juego”, pensó ingenuamente.
“No parece que hagan nada malo”, trató de convencerme, aunque aquél montón de
tierra le llamó un poco la atención. Toda esa actividad de los chiquilines en
el jardín vecino duró hasta casi hacerse de noche.
Antes de
volver a su casa, Diego y su grupo, en cuclillas junto al arbusto parecían
estar consultando con alguien que no se alcanzaba a distinguir con la poca luz
del día que quedaba. Diego estiró el brazo una vez más. Una pálida luz, muy
tenue, iluminaba al grupo. Otro de los chicos hizo una pausa y dijo “Vamos”. Un
tercero saltó del pasto al pozo que habían cavado. El resto lo siguió. Diego
encogió los hombros y entró. Las paredes estaban cubiertas de un musgo verde
esmeralda y del fondo llegaba una luz brillante que crecía a cada segundo.
Cuando quiso darse cuenta ya era demasiado tarde. En la siguiente milésima de
segundo, esa tenue luz se convertiría en una brillante radiación que todo lo
cubriría, impidiendo el movimiento de todo ser vivo a su alcance. Recién ahí se
dio cuenta quién era Crispin: ese monstruo que Diego decía que encontraba a los
pies de su cama cada noche, esperando pacientemente la llegada de aquél día.
1 comentario:
El 27/10 vamos a llenar las plazas de todo el país, compañeros. Que nuestro recuerdo de Néstor sea militante y perseverante en la búsqueda de una Argentina más justa, libre y soberana.
A no aflojar, que el garcaje está agazapado y espera su oportunidad de volver al poder por el medio que sea.
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