“Los radicales son huéspedes de la Argentina, los peronistas son los dueños. Los radicales piden permiso para sentarse en su propio living; los peronistas dicen: ‘vos te ponés acá, este otro se sienta allá y aquel que agarre sus cosas porque se va’”. Así definía días atrás un inteligente parlamentario conservador las fuerzas mayoritarias. El peronismo, en realidad el peronismo disidente, ha comenzado a tomar nota de la peligrosidad de esa cultura del avasallamiento, de su alto contenido irritativo y del escollo que significa para la construcción de un sistema de partidos. El kirchnerismo, lejos de pensar en desembarazarse de esas características que emponzoñan su relación con las clases medias, las ha convertido en un atributo de gestión. Se postula como la más exasperada versión de ese “adueñamiento”: ha convertido en política la confiscación de la palabra, lo que no es si no un modo de confiscar –y reescribir– la realidad y la historia.
Como tiene que defender su sueldo a capa y espada, Susana Viau -acá en Crítica- hace uso de las más bajas y abyectas frases en su columnas. En esta, un avez más, destila todo su odio de clase o gorilismo como dirían otros. Retoma el viejo discurso de Biblita -¿alguien recuerda su famoso Contrato de la Palabra?- acerca de la democratización de la palabra, dentro de una lógica bandolera donde el slogan, el título fuerte, el dato gancho, el impacto efectista, el reduccionismo de corte publicitario “en tres palabras” es lo que vale. Asistimas así una vez más a la desmembración ideológica de lo democrático desde la absoluta irresponsabilidad de aquellos que pergeñana los mensaje, en una suerte de aquelarre mediático disolvente de todo valor, y donde no existe propuesta alternativa ni referente ni el menor asombro ante cualquier cosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario