martes, 1 de octubre de 2013

Historia del hombre al que molestaban constantemente con el teléfono


Julito llegó al bar más temprano que de costumbre. Incluso manoteó el diario que estaba sobre el mostrador para leer las noticias que solo había alcanzado a pispear a la mañana temprano. Ahí fue cuando lo vio a Cacho, sentado en la mesa, solo, cabizbajo, con un pocillo de café vacío adelante.
     -¿Cómo andás? –le dijo Julito, mientras se sentaba en la silla de enfrente.
     -Bien… -farfulló pálido Cacho, como si no tuviera muchas ganas de contestar.
     -Pero, ¿bien, bien? ¿o bien masomenos? –insistió Julito.
     -Bien….bah…. –dudó Cacho- ...más o menos…. –agregó en un tono de voz sombrío.
     -¿Qué pasó? –preguntó Julito.
     -Se pudrió todo –le contestó con una voz dos tonos por debajo de lo habitual. Cacho se quedó en silencio. Ahora sí parecía que se terminaba la charla.
     -Es la chica del teléfono –arrancó de repente, como si ahora se hubiera decidido a contar lo que le pasaba.
     - ¿La chica de siempre? –indagó Julito, en ese tono amistoso, buscando dar una mano.
     -Si….bah….no…es la otra…pero esta sí que me gustaba –dijo, recostándose en la silla y mirando al techo, como si buscara algo. La voz de Cacho se ensombreció y continuó pausado.
-Vos sabes que esta chica llamaba todos los días.
-¿Cuál? ¿la vendedora decís?
-Sí, ésa –suspiró Cacho al nombrarla.
     -Llamaba todos los días. Los primeros días me rompió soberanamente la pelotas, pero después la cosa empezó a gustarme. Hasta había cambiado el tono la turra. Parecía que no me quería vender nada, que la cosa iba por otro lado –contaba Cacho un poco más animado.
     -Y si, esas minas sí que saben cómo enroscarte la víbora… –empezó a  decir Julito cuando se dio cuenta que estaba metiendo la pata.
     -Bueno, la cosa es que yo empecé a tratar de ubicarla, ¿viste? Busqué en la guía el teléfono de la empresa esa y empecé a llamar. Ni una puta vez conseguí que me atendiera ella. Claro, si no tenía la más mínima idea de cómo se llamaba –contó Cacho mientras revolvía el pocillo vacío, como si buscara hacerle un agujero.
     -Claro, estas minas te salen a buscar y después te cuelgan la galleta.
     -Pasa que me dejó hecho mierda –agregó Cacho, como si no hubiera escuchado la desafortunada intervención de Julito- no llamó más la turra.
     -Y son así…..
     -Es que yo me había entusiasmado. Me la imaginaba como la mina esa de la agencia de la otra cuadra, la de la foto esa, la rubia en la playa –se ilusionaba Cacho, tratando de describir una rubia despampanante de un afiche que promocionaba las playas de Tahití.
     -Bueeeenas –dijo Willy y se sentó, mirando para todos lados, a ver si encontraba al resto de los amigos.
Cacho lo miró de costado y siguió. –Ya sé lo que voy a hacer. Me voy a tomar el buque u
nos días, voy a cambiar un poco de aire, eso me va a venir bien.
     -Eso, es lo mejor en estos casos -agregó Julito, cruzándose de brazos y apoyándose en la mesa.
     -Che, ¿y la mina cómo estaba? ¿Buena? –preguntó Willy.
     -No sé, para mí estaba buenísima…… por la voz, ¿viste? –contestó Cacho y le brillaban los ojitos.
Dos semanas más tarde, Julito llegó al bar, cerca del mediodía, saludó al Gallego y encaró la mesa de siempre. Ya estaba el Cacho sentado, peinado, arregladito, como recién bañado, y con una sonrisa que se le salía de la cara.
     -¿Qué haces Cacho? ¿Cómo andás? –le preguntó
     -Bien, muy bien -contestó con un final un poco en suspenso como queriendo que le pregunten por qué.
     -¿Y? ¿Qué pasó?
     -Conquista total –le dijo rápidamente el Cacho, casi sin dejarle terminar la pregunta.
     -¿Conquista? ¿a quién? – le preguntó Julito desorientado.
     -A la minita. Volvió a llamar. Esta vez cayó. Casi ni le dejé empezar el verso de la venta y ahí nomás le mandé que la quería invitar a salir. No se resistió. Al otro día estábamos cenando en lo de Roque, velas, flores, todos los chiches. Un lujo.
Justo pasaba el Willy por la vereda, lo mira al Cacho y a Julito sentados juntos y los saluda, amaga entrar pero sigue, con una sonrisa pícara en los labios.

Lo que el Cacho nunca sospechó es que la Cary, la prima de Willy, que ya había pasado los treinta largos, alertada por su primo del estado de Cacho, había aprovechado para llamarlo simulando ser la vendedora y así sacarle una cita en dos minutos de conversación. Todo un récord para ella. Eso sí, lo primero que le pidió a Cacho es que cambie de número de teléfono. Extrañado, Cacho aceptó.