miércoles, 6 de agosto de 2008

Desarrollo económico y distribución

Un breve repaso del resultado del conflicto con las patronales del campo –a pesar de la derrota de la propuesta del Gobierno- nos muestra una inesperada participación de la gente en la discusión sobre los grandes temas nacionales; entre ellos, el rol del Estado y su facultad de tener una participación no solo reguladora sino activa en la economía con la finalidad de mejorar la distribución de la riqueza. Cada uno de los actores principales en este conflicto -el Gobierno y la patronal agropecuaria- tienen posición tomada al respecto. Hace unos días, en su concentración de Palermo, el agro –por boca de Buzzi- recomendó un cambio de modelo productivo, en este caso con eje en una estrategia agroexportadora. Se ha repetido hasta el agotamiento la muletilla de que otra vez la Argentina está perdiendo una oportunidad histórica para el bienestar de todos los argentinos, sin explicar – por intereses mezquinos- qué rol debe cumplir el Estado. Sin dudas, el Gobierno propugna edificar una nación con un Estado fuerte, protagónico y garante de los que menos tienen.

Vemos así abrirse un debate sobre el modelo de desarrollo que se propicia o que se rechaza. Encontramos los que quieren aprovechar las ventajas estáticas y consolidar un modelo de tipo “agroexportador” y los que añoran lo conseguido durante el período de sustitución de importaciones y creen que no es tarde para volvernos importantes competidores en varios rubros industriales de alto valor agregado.


En los últimos 120 años, el país ha atravesado por distintos modelos de desarrollo cuyas pautas se han basado más en las decisiones de las elites locales que en la ubicación del país en el tablero internacional. Solo una mirada lineal e ingenua puede llevar a plantear la falsa paradoja de que siendo la Argentina un país productor de alimentos para 400 millones de personas, no pudo desarrollarse y que muchos de sus habitantes pasan hambre.


Si repasamos un poco la historia, nos encontramos que a finales del siglo XIX, la economía argentina se caracterizaba por ser administrada por una elite agropecuaria. El modelo agroexportador que surgió de esta conformación política-económica mantuvo su imperio hasta la década del ’30. Éste modelo produjo un modo de inserción internacional basado en la venta de productos primarios –eran tiempos de un mercado internacional altamente demandante de alimentos- y muy dependiente de las manufacturas externas. Aún cuando el rasgo dominante del modelo era el agro, comenzó a gestarse un lento y modesto proyecto de industrialización, que se aceleraría a partir del crack del ’29, impulsando la fabricación fronteras adentro de los productos que ya eran imposibles de conseguir en el extranjero. En esta época, la distribución de la riqueza era muy desigual, la elite agroexportadora concentraba la mayor parte de los ingresos, en tanto los trabajadores apenas subsistían con misérrimos salarios.


Ante la llegada del peronismo al poder y los problemas y desafíos planteados por el estallido de la Segunda Guerra Mundial -y la amenaza de que la economía volviera a entrar en recesión- y pensando en su potencial de desarrollo, se propuso promover la industria nacional. Eran tiempos en que los sectores patronales y los trabajadores se repartían la renta por partes iguales, en parte por el poder de negociación de los gremios, pero más por la política activa del Estado de apoyo a los asalariados. El peronismo se convirtió así, en una poderosa máquina de movilidad e inclusión social.


La industrialización continúa luego de la caída de Perón, pero con otras características, como la regresión del ingreso de los trabajadores. Aún así, este modelo es el que produjo el mayor crecimiento en la historia del país. El quiebre se produce con la llegada de la dictadura militar en 1976, la que consolidó a sangre y fuego su programa rentístico-financiero, volviendo a la primarización de la producción y a la liquidación del aparato industrial montado en los anteriores 30 años. De producir acero, pasamos a fabricar caramelos. La violencia, las desapariciones y los secuestros fueron el instrumento utilizado para frenar el creciente avance de los trabajadores durante y a consecuencia de la industrialización, realizando así una enorme transferencia de ingresos desde el trabajo hacia las fracciones que tenían el poder en la Argentina: acreedores externos y grupos económicos locales. Hacia el fin, se había cristalizado una matriz de distribución absolutamente injusta. A fuerza de desapariciones.


La recuperación democrática del ’83 no significó la derrota del modelo económico de la dictadura. Si bien Alfonsín hizo tímidos intentos de cambio, los sectores más poderosos –y beneficiados por el modelo rentístico-financiero vigente - dieron por tierra con esas tentativas y desalojaron a Alfonsín del poder.


Los siguientes gobiernos, hasta 2002, fueron consecuentes gerentes de las elites neoliberales que prometían el paraíso, en tanto por la vía del desempleo y la desnacionalización dejaban a los trabajadores en el peor de los infiernos.


La crisis de 2001 y el hundimiento del modelo económico vigente hasta ese momento forzaron un cambio –necesario para que el país no implosionara- de la política económica. Seis años más tarde, y luego de dejar atrás cinco presidentes, con la ayuda de una coyuntura internacional favorable pero también por la adopción de políticas que impulsan la reactivación económica y la recuperación del empleo, nos encontramos ante la encrucijada sobre el tipo de país que queremos.


Parece claro que desde 2003 la recuperación ha sido muy significativa: desde el 2º semestre de 2003, uno de cada tres argentinos dejo de ser pobre; la indigencia tuvo una contracción mucho más impresionante -casi 8 de cada 10 personas que eran indigentes dejaron de serlo-, amén de la incorporación de casi 4 millones de personas al consumo. Estos resultados nos exigen pensar en un modelo de desarrollo donde no solo se contemplen los
problemas de los factores económicos –como pregonan los economistas de corta mirada- sino en un patrón de crecimiento más equilibrado y solidario; un modelo de desarrollo productivista en el cual se enfatice la necesidad de distribuir mejor y donde los impuestos y los salarios sean las herramientas principales para la distribución. El desarrollo de un país no debe basarse solo en el aumento del PBI, sino también en un mejoramiento del estándar de vida de sus habitantes.

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