viernes, 15 de agosto de 2008

De qué se habla cuando hablamos del IPC

En la Argentina de estos días se vive un tiempo donde la imagen mediática roba casi todo lo real de la vida diaria, donde los medios de comunicación imponen su aviesa “institucionalidad” bajo una matriz de un mercado soberano que “gobierna”, y donde el debate por los significados –los relatos contrapuestos- se convierte en una lucha comunicacional por el destino de cada política del Gobierno. Asistimos a una suerte de “desenfreno mediático” que licua todo el valor de los relatos alternativos y cuyo oficio desvalija los significados de lo que importa, construyendo la mercancía informativa a su imagen y semejanza.
Desde hace más de un año y medio que el INDEC ha recibido un sinnúmero de críticas por su labor. Se ha convertido en una de las principales banderas de la oposición política al momento de reclamar cambios al modelo de desarrollo económico del Gobierno. Fustigado por la “democracia mediática” vernácula –es decir, aquéllos que a sí mismos se reconocen como únicos gestores de los relatos “reales”-, se lo ha transformado –para los grandes trusts formadores de opinión pública- en un ejemplo de la desintegración de las instituciones de la República. No es la primera vez que el INDEC ocupa la tapa de los diarios. Molesto por las cifras del Índice de Precios al Consumidor, el entonces ministro Martínez de Hoz pergeñó un índice “descarnado” que “estadísticamente” le permitió mostrar una inflación más baja; a mediados de los ’90, Carlos Menem cuestionó en varias oportunidades las cifras de desempleo; llegado su momento, el Ministro Cavallo también cuestionaba las cifras que le enviaba el Instituto. Cuando Roberto Lavagna comandaba el Ministerio de Economía renegaba de las cantidades de pobres que le informaban y resolvió elaborar y difundir un índice de desempleo propio. La solución era esconder la información bajo la alfombra y “matar al mensajero” de las malas noticias. Históricamente, las críticas de los “tecnócratas autorizados” sobre la tarea del INDEC desaprobaban la difusión de las consecuencias no deseadas de los modelos económicos –de los cuales eran sus ejecutores- concebidos a partir de altas dosis de injusticia social. No fue sino hasta 2007 que la apuesta kirchnerista planteó una reapertura, desde la política, de la discusión crítica contra todo aquello que los poderes institucionalizados en sectores, corporaciones, intereses y universos simbólicos instalaban como el país verdadero. Una mirada desapasionada nos mostrará que el INDEC es solo un instituto de estadísticas. Entonces, no se entiende por qué tal ensañamiento con el producto de su trabajo. Una interpretación es que se trata de una disputa por el relato de una Argentina “conveniente”, un estado de valores, un mundo de sentidos que habitualmente han articulado las grandes corporaciones político-financieras y sus voceros, en su tarea de “estipular” relaciones, negocios, rumbos y recetas, y que esta administración gubernamental ha decidido poner en tela de juicio.
La actual obsesión de los medios por las cifras del Índice de Precios al Consumidor (IPC) pone a las estadísticas por sobre las definiciones de la política económica - un precepto que los entes multilaterales supieron legarnos en los ’90 y que aún perdura-, situándolo en el centro radiante del relato “verdadero” de una realidad económico-social amplia y compleja que un simple indicador no puede dar cuenta. Solo puede ser parte de un relato que permita proponer qué fuerzas movilizar, por qué y hacia dónde. En definitiva, aceptar la perspectiva de la “comunidad económica argentina” de que el INDEC es el origen de todos los males del país, más que un despropósito es una canallada.
Como mencionara la Presidenta, parece que no nos perdonan haber decidido tener otro modelo de país, haber recuperado el poder de decisión sobre nuestra economía desconociendo las recetas del Fondo y que el actual modelo económico-social heterodoxo, autárquico -aún contra sus funestos augurios- tuviera éxito. El gesto de ruptura que significó poner en tela de juicio aquello que el neoliberalismo de moda impuso como molde --no discutir las consecuencias del modelo- sino poner en discusión el modelo mismo, es la expresión más acabada del forcejeo por fijar un relato propio contra la imposición de agendas desde los bastiones tradicionales del establishment financiero.

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