jueves, 16 de abril de 2009

No hay que dar por un dólar más de lo que vale


Gracias a la data provista por Siri & Co y que colamos en un medio.

En un momento en que los mercados financieros internacionales se encuentran agitados y para desincentivar la fuga de capitales y para no perder competitividad, los bancos centrales de la región realizan una depreciación controlada de sus monedas. En paralelo, el vicepresidente de la Unión Industrial Argentina, José Ignacio De Mendiguren, afirma que “el tipo de cambio actual no es razonable”. En una entrevista realizada a Guillermo Calvo por el semanario El Economista, éste brinda sus recetas para fijar el valor futuro del dólar. Afirma: “No sé muy bien cómo se hace para dejar subir el tipo de cambio sin generar inflación. Hoy sabemos que los precios no son un problema porque los commodities se han desplomado y si subo el tipo de cambio no hay efectos importantes. Pero hay que estar alertas”. Y agrega: “En segundo lugar, el BCRA no ha dejado subir más el dólar porque tiene miedo precisamente a que la inflación suba. ¿Entonces? En la Argentina tenemos sindicatos que se han reforzado mucho y para que la devaluación sea efectiva hay que congelar el salario, algo que no es fácil de lograr”. Y con franqueza dice: “Lo que conviene hacer es esperar a que el desempleo sea mayor en los próximos meses y seguir devaluando en un contexto en que los sindicatos tendrán menor poder de negociación”. Con una sinceridad brutal, el economista deja en claro cuáles son los deseos inconfesos de la patria maxidevaluadora.
En simples palabras, expresa que el objetivo principal es pisar –preferentemente pulverizar– los ingresos reales de los asalariados. Los beneficiarios directos de tal medida serían los grupos empresarios más concentrados, usualmente extranjeras, exportadoras y/o productoras de transables, con mayor productividad, que ampliarían así sus márgenes de ganancia ya que se reduciría el peso de los salarios en la estructura de costos, ganando tanto en competitividad externa como interna. Por otro lado, los primeros perjudicados serían los asalariados, por la caída que sufriría el poder de compra de sus ingresos. Pero también impactaría en las empresas que producen para el mercado interno, menos competitivas que las extranjeras, con una productividad menor y sin capacidad de exportar, ya que la caída del poder de compra de los salarios achica el mercado interno y por tanto sus ventas.
Una medida de este tipo no haría más que provocar una aceleración inflacionaria, aumentaría el subempleo y la desocupación, reduciría los ingresos, y por tanto generaría mayor pobreza, indigencia e incrementaría la desigualdad. Finalmente, la caída de la demanda generaría una reducción del consumo, que lleva al achique o cierre de empresas y sería un desincentivo a la inversión.
Los pregoneros de la maxidevaluación dirán que es el “sacrificio” necesario con el fin de regenerar la competitividad perdida a causa de las devaluaciones realizadas a lo largo del mundo –especialmente por parte de nuestros socios comerciales–, por el incremento de los costos laborales locales y por la caída de los precios internacionales de nuestros commodities.
Aun si el dólar valiera 6 pesos, en un contexto de retracción mundial del comercio, una medida de este tipo no ayudaría a incrementar la demanda externa, ni los precios internacionales de las exportaciones. Los únicos beneficiarios de un escenario tal son los sectores empresarios concentrados. El fondo de la cuestión es determinar quiénes “necesitan” de un tipo de cambio real multilateral alto para sostener márgenes de ganancia y competitividad, y quiénes son los pescadores de río revuelto a la búsqueda de rentas extraordinarias.
Ante este escenario planteado en las últimas semanas, es destacable que quizá por primera vez en la historia argentina encontramos un Estado nacional y un Banco Central con artillería para resistir la pulseada cambiaria. Es notable que tantos profesionales de la indignación republicana vean como natural y obvio que los mercados destruyan la estabilidad de un país. Lo que resulta incompresible es que el pretender eludir este funesto escenario les parezca “cosa de soberbios que pretenden vengarse del mercado’.

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