domingo, 24 de mayo de 2009

¿Quién ha visto un modelo en esta campaña, Viejo Gómez?




La carrera electoral está lanzada. En tanto fenómeno de comunicación política, en campaña se intensifican los mensajes, aumentando el diálogo entre gobernantes y gobernados. Como en toda poliarquía que se precia de tal, es el momento perfecto para que los aspirantes a gobernar presenten sus propuestas y los gobernantes en ejercicio presenten el balance de sus acciones ante los ciudadanos. A primera vista, las campañas deberían ser una confrontación de ideas, pero cada vez más son una lucha de imágenes que de ideas o programas. Si acordamos que una sociedad capitalista funciona sirviéndose de una toma de decisiones plural en la que intervienen los grupos de interés, la política económica y social se convierte en el resultado de un mercado político donde cada actor presiona para conseguir sus propios intereses. Ahora, ¿qué está en juego en estas elecciones? El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner pone sobre la mesa electoral su modelo de desarrollo, apelando a la verdad construida sobre las acciones de los últimos 6 años, en la cual se enfatiza la necesidad de distribuir mejor y donde los impuestos y los salarios son las herramientas principales para la distribución. Los datos están a la vista: desde el 2º semestre de 2003, uno de cada tres argentinos dejo de ser pobre; la indigencia tuvo una contracción mucho más impresionante -casi 8 de cada 10 personas que eran indigentes dejaron de serlo-, amén de la incorporación de casi 4 millones de personas al consumo; los puestos de trabajo se expandieron 28,7%, representando 3.806.000 nuevos empleos en este período; el PBI per cápita creció 51%; la Inversión Bruta Interna Fija creció el 225%; hay superávit primario y financiero, siendo este último positivo por primera vez desde 1962; la deuda pública, en relación con el PBI bajó del 166,4 por ciento al 46,3 por ciento.
Un modelo económico no es exitoso si solo se logran las metas intermedias, ni cuando solo se aplican de manera satisfactoria las políticas económicas, su éxito se mide por la eficacia de las herramientas económicas y por el resultado final, si mejoró o no el bienestar de la población. A pesar de las cifras, el discurso de la oposición y del poder financiero se basa en que los logros del último sexenio se debieron al “viento de cola”, a la ya perdida bonanza económica mundial, o a la “mano invisible del mercado”. Esta demagogia discursiva encubre que ha sido la reformulación del rol del Estado y la recuperación de su capacidad de intervenir en áreas sensibles para el interés de las mayorías la que permitió la ampliación de los estrechos espacios de autonomía de una economía periférica, y que implicó no pocos esfuerzos fiscales. El oficialismo defiende con uñas y dientes los logros mencionados, sumando políticas públicas que permiten enfrentar la crisis mundial, sin perder el rumbo de la transformación iniciada, bajo el objetivo general de lograr la inclusión social.
La mayoría de los candidatos de la oposición poco y nada ha dicho ni propuesto sobre economía. No presentó alternativas a este modelo ni propuso, al menos, un horizonte novedoso, incorporando el reacomodamiento económico que se produjo a escala planetaria en los últimos meses o la discusión sobre el nuevo rol del Estado que se dio en las principales potencias económicas. Sus campañas son puro formato, una permanente tarea de “limar aristas” procurando satisfacer a las más diversas categorías de votantes sin reparar en el vacío de los mensajes propalados, oportunismo mercantil cuyo único propósito es “vender” al candidato. Hasta ahora no mencionaron qué políticas se darían para sostener el empleo, para reemplazar el ingreso de las retenciones o para mantener los superávit gemelos.
Queda poco más de un mes para que la ciudadanía emita su veredicto en las urnas, sería bueno que también la oposición pusiera las cartas sobre la mesa.

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