sábado, 13 de junio de 2009

Las actuales controversias sobre el tipo de cambio



Uno de los fenómenos más enigmáticos y controvertidos de las últimas semanas ha sido definir cuál es el tipo de cambio que le conviene al país. El recorrido por las distintas vertientes teóricas lleva el debate a un terreno fangoso, sin que los economistas puedan explicar en forma clara cuál debe ser el nivel de equilibrio adecuado. Desde los análisis de laboratorio realizados por los economistas más cercanos a las visiones de la economía neoclásica se insiste en la formulación de leyes que supuestamente gobiernan el tipo de cambio -donde solo ven problemas de factores, de mercado y de inversión-, sin embargo, no logran comprender el impacto y los costos sociales implícitos en una fuerte devaluación. En otra sintonía, otros teóricos cuelan en la discusión que “el tipo de cambio de equilibrio…es aquél que, además de nivelar la oferta con la demanda de divisas, resulta compatible con el equilibrio de los precios, la producción y la ocupación interna del país”. Es decir que el debate no se centra solo en el equilibrio externo, sino también en el interno, en la repercusión que tiene sobre los salarios reales y la contracción del consumo.
Aunque a primera vista el tipo de cambio se presenta como una mera relación cuantitativa -la cantidad de unidades de una moneda nacional que se obtiene a cambio de una unidad de moneda extranjera-, también depende del nivel de producción y empleo; entonces, la necesidad de encuadrar a la explicación del tipo de cambio dentro de un sistema más amplio salta a la vista.
Las devaluaciones siempre redistribuyeron en contra de los asalariados. Solo cuando se produjo en contextos de alta desocupación no contrajo la actividad interna por la gran generación de empleo que provoca y en el último sexenio constituyó un pilar básico de la vigorosa recuperación de la economía. En el contexto actual, de 8% de desempleo, una devaluación será contractiva de la actividad y el consumo interno.
No hay que ser muy perspicaz para notar que los amplios y diversos beneficios fiscales y financieros obtenidos por los grupos empresarios que impulsan la devaluación ya no les alcanzan. Buscan preservar y aumentar los atractivos márgenes de ganancia que ofreció la megadevaluación de 2002. Devaluación con menor presión fiscal parece ser la salida para el presidente de la UIA. A veces basta escuchar las posturas de sus principales voceros para darse cuenta de qué se trata: el economista Guillermo Calvo afirmó hace muy poco que “no sé muy bien cómo se hace para dejar subir el tipo de cambio sin generar inflación. Hoy sabemos que los precios no son un problema porque los commodities se han desplomado y si subo el tipo de cambio no hay efectos importantes.” Y con franqueza agregó, “... lo que conviene hacer es esperar a que el desempleo sea mayor en los próximos meses y seguir devaluando en un contexto en que los sindicatos tendrán menor poder de negociación”. Sinceridad brutal, si la hay.
Subir el precio del dólar implica hoy trasferencias de ingresos reales dentro de la economía, provocando una transferencia millonaria de recursos a los grupos económicos, entre ellos Techint. Se beneficia a aquellos productores cuyo precio interno se ve afectado por el precio internacional (transables) y se perjudican aquellos para quienes el precio se determina exclusivamente por lo que pasa dentro del país (no transables). La lógica es sencilla. Para un producto transable, el techo del precio está dado por el precio internacional del bien (en dólares) multiplicado por el tipo de cambio. Cuanto más alto el tipo de cambio, más alto el techo. Ante una devaluación, el productor de soja ganará más porque cobrará más pesos por la misma cantidad de soja vendida. Los productores de bienes no transables se perjudicarán ya que suben los costos de sus insumos en dólares. El constructor no podrá aumentar su tarifa y verá aumentar el precio de sus herramientas y de muchos de sus insumos. Ahora bien, si los no transables recuperan el terreno perdido –inflación mediante-, la economía se encontrará en el mismo lugar que al principio, sólo que con un nivel de precios mayor. Los trabajadores, en todos los casos, al mismo salario en pesos podrán comprar menos cosas que antes.

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