lunes, 9 de febrero de 2009

Relatos campestres

Cada año se inicia una redefinición del campo político y cambios en los lenguajes y en las interpretaciones del mundo social y material. Algunas veces se trata de matices, en otras se trata de cambios elocuentes que marcan una sustancial diferencia con lo conocido.
El año 2009 nos ha traído hasta ahora altisonantes diatribas contra las políticas del Gobierno central por una variopinta fauna de políticos a la caza de votos en las playas, lo cual resulta aceptable dentro del libre juego democrático. Sin embargo, declaraciones tan desafortunadas como el anuncio de futuras muertes o la comparación de un gobierno elegido en las urnas con la dictadura militar no son ejemplos de convivencia pacífica en el marco de una democracia. Mucho menos si se trata de discutir el futuro económico del país con sensatez.
Quizás sea útil reflexionar sobre los pedidos de la dirigencia agropecuaria y los resultados obtenidos por la autodenominada casta de productores agropecuarios que no trepidan en “desgastar” a un gobierno elegido en las urnas para imponer sus grandes negocios. No es necesario recordar que, como toda política, las medidas se ajustan a los contextos en los cuales se aplican, construyendo de esta forma una base institucional sobre la cual se construye la estructura económica de un país. En cambio, sí es necesario recordar que los dirigentes de la Mesa de Enlace y sus acólitos no están dispuestos a discutir ninguna política para su sector que afecte la renta presunta que obtendrían en caso de que no hubiera retención alguna, lo cual en lenguaje llano significa no discutir ninguna política.
Cuando se revisan los resultados obtenidos por el sector agropecuario entre 2003 y 2008, se puede observar que las exportaciones aumentaron en un 150 por ciento y sus ganancias un 340 por ciento. La rentabilidad del negocio de granos hoy –con las actuales retenciones- es aún superior a muchas alternativas industriales o financieras. Con precios internacionales similares a los de noviembre de 2007 –en ese momento ninguna cámara se quejaba por las retenciones- y costos que se redujeron un 20 por ciento en promedio, según estimaciones privadas, el reclamo febril del sojerismo vernáculo no es más que la expresión del corpus decadente de las formulaciones políticas de un grupo poderoso, conservador y reaccionario que aspira a recuperar la tradicional Argentina agroexportadora, reeditando la que se extendió desde fines del siglo XIX hasta la década del 30.
La discrepancia esencial de estos planteos tiene base en el modelo de desarrollo propuesto en función de qué tipo de especialización productiva debería tener la economía argentina, determinando qué sector o qué actividades serán las elegidas para liderar el proceso de crecimiento y de desarrollo. Dicha discrepancia no implica solo la elección de un camino hacia el desarrollo, sino qué esquema de organización social deriva de cada uno de estos modelos y de qué forma se plantea la redistribución del ingreso.
El modelo agroindustrial es expulsor de mano de obra del campo; inclusive la industrialización de productos agropecuarios es una baja demandante de empleo. El modelo de desarrollo productivo industrial ha demostrado desde el año 2003 hasta ahora ser el motor principal del empleo, siendo el responsable de la creación de más de 340 mil nuevos puestos de trabajo sólo entre 2007 y 2008.
En este marco, de redefinición política, de tensión entre la consolidación de un modelo de desarrollo industrial que busca un salto de calidad o un modelo agroexportador propio de hace un siglo atrás, es que la economía y la organización social del país se ponen nuevamente en juego.

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