martes, 3 de junio de 2008

Campesino! Campesino!!

Leí hoy en Crítica una excelente nota del Coco Blaustein, una joyita, como diría un amigo alguna vez "casi monto". Escrita en un lenguaje sencillo y que nos pone frente a la nariz las cosas que no siempre se dejan ver. Merece la reproducción.

Nobleza gaucha
Por Eduardo Blaustein

Un abuelo a quien no conocí, excepto para que intimidara desde su severa foto, trajo a mi viejo desde Polonia más o menos para el año 27. El viejo tenía seis años. Anduvieron a los tumbos por Lobería y Tandil, tiempo después de que cayera la piedra movediza. Por haber andado por esos pagos, mi viejo me legó una combinación paradójica: amor profundo por el campo y sin embargo un único y sombrío recuerdo de infancia rural: él subido a un carro que arrastraba una yegua vieja llamada Conga. El carro cargaba sebo para hacer jabón. Habrá que imaginarlo traqueteando sobre tierra escarchada.

Cuando ese chico fue mi padre comerciante, para volver a sus raíces nos llevaba por pueblos de la pampa húmeda –Buenos Aires, sur de Santa Fe y Córdoba, hasta la altura de Villa María y Belville– en los que correteaba lo que fuera. Todavía quedaban almacenes de ramos generales. Y desde siempre en mi casa se escuchó folclore por Radio Nacional. Y música clásica, sin traspasar jamás un límite inquietante a la altura de Brahms o de Stravinsky. Lo que viniera después era un poco loco para mis viejos.

Todo este introito para decir que, por vía de la empatía irracional con las cosas de tierra adentro, me asiste algún estúpido derecho a la hora de querer mandar a la recontraconcha de su hermana todos los discursos, posicionamientos políticos miserables y coberturas de quinta que circulan por estos días poniendo al campo en el homogéneo e incorruptible lugar de lo nobilísimo, de la curtida cultura del gringo sufrido, de la sabiduría yupanquiana y del póstumo lugar exclusivo en el que –dijo Carrió ante el cada día más fruncido Majul– la palabra vale, por gaucha. Alumbra en la Argentina otra nueva épica superficial: el campo generoso hizo todo lo que somos, de buenazo nomás y ahijuna.

“Es injusto castigar al sector que más dinero aportó a la economía”, dijo Macri hace tiempo. ¿A quién hay que cobrarle impuestos, man? ¿A los que no aportan dinero a la economía ni a sus bolsillos? “Las retenciones tienen un destino exclusivamente recaudador y fiscalista”, dicen a coro desde la Federación Agraria a la Sociedad Rural, desde la Coalición Cívica a la izquierda oxidada. ¿El criador de caballos pura sangre y dueño de quichicientas mil hectáreas Luciano Miguens no es de los que toda la vida consideraron pecado mortal la insolvencia fiscal? “Es para pagar la deuda externa”, sentencian voceros de lo gaseoso, que jamás han dicho –como en años de Alfonsín– “No al pago de la deuda externa”.

Y, entre tanto, cuánta acumulación al pedo de horas-hombre-movileros en las rutas. Sin que se les ocurra preguntar y dígame, paisano, cómo andan esas hectáreas, cuántas tiene y cuánto rinden, y cuánto le cuesta cuando las arrienda, cuánto recibía hace seis meses, qué ganancia tiene ahora. El amigazo De Angeli le dijo por TV al compañero D’Elía que tiene una chacra de 650 hectáreas. No queda claro si hay que sumarlas a las 800 que según Perfil le alquila a Yabito. Suponiendo un costo de arriendo de mil pesos por hectárea, hay que hacer la multiplicación y tener la guita sólo para animarse. Cierto: parece que este año la cosecha viene mal, que la seca puede joder la apuesta, que las retenciones para los pequeños y medianos son exageradas. Aun así: 800 hectáreas y las maquinarias que los De Angeli alquilan a otros productores son un capital interesante como para andar agitando fantasmas de “no queremos que nuestros hijos terminen en las villas de Buenos Aires”. O para acordarse de las villas miseria reales en lugar de las hipotéticas.

Hablando de folclore. En el secundario teníamos un compañero, el Loco Juárez, que entre otros numeritos toscos –eructos siderales, quitarse el zapato en medio de la clase, llevárselo a la oreja y decirle al profesor: “¡Teléfono!”– satirizaba la estética Tejada Gómez-Mercedes Sosa gritando a voz en cuello:

–¡Campesino! ¡Campesino! ¡¡¡Sobame el pepino!!!

El Loco es uno de los ciento y pico de desaparecidos del Nacional de Buenos Aires. No es que pretenda aquí homenajear su grito del pepino ni decir que los De Angeli –giran las cámaras en automático hacia Alfredo tras la contrapropuesta oficial, saboreando el conflicto –son Rockefeller. Se repitió mucho en estos días que Federación Agraria está haciendo de forro de los poderosos. No sé si es exactamente así. Pero sí que esta alianza contra natura –aun cuando haya sido estimulada por las pifias oficiales– ayudó a enredar la agenda de lo que se discute. No puede haber respuestas homogéneas y satisfactorias para demandas heterogéneas y enfrentadas. Por algo un día te dicen que todo son las retenciones y al otro día que son los tamberos, la carne y los chancheros.

Lo que quiero en esta discusión es ver los números. Muestren los números, muchachos. Los quiero ver más transparentes, en un país en el que la tragedia máxima siguen siendo todas las insufribles violencias de la desigualdad y la pobreza.

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